El martes 19 de noviembre de este año, a diez para las cuatro de la tarde, choqué a un taxi en la entrada del Club Unión de Panamá, pocas horas antes de la presentación de mi libro Te ofrezco mis puertas, pautada para las seis y media en el Salón los Corales. Había quedado con un grupo de personas que a las cuatro haríamos las pruebas de proyección y sonido. Pero el accidente puso en riesgo el evento que había preparado con tanto esmero durante meses.
Iba contra el tiempo. Todavía hoy no logro entender cómo pude pegarle al pequeño taxi que estaba detenido justo al lado de la garita de la entrada del Club Unión. Sentí que el mundo se detenía en ese momento. Veía el reloj y solo pensaba que me estaban esperando. No podía controlar la situación: la cara de un taxista sorprendido ante una señora con una pañoleta que le suplicaba no llamar al tránsito. Porque eso era lo que quería hacer. Pero yo solo quería zafarme de la situación como pudiera. Para colmo empezó a llover así que no podía bajarme del carro. Lo que hice fue pedirle al taxista que se subiera al mío después de suplicarle que tratáramos de arreglar la situación entre nosotros. Se subió y empecé a dar vueltas en el redondel de la puerta cochera mientras le hablaba. Le conté de la presentación del libro y que no podía perder más tiempo. Le pregunté: ¿cuánto cree usted que le saldrá arreglar su carro? Me dijo que no sabía, que el carro era nuevo. Si lo era, no lo sé, ya que apenas lo miré. Recordé que apenas cargaba efectivo y la chequera no la tenía conmigo. Me detuve en una de las áreas del estacionamiento. Rebusqué en mi cartera y vi que tenía 95 dólares. Le dije: tome 80 como garantía y mañana va a cotizar la reparación y confíe en que si necesita más dinero se lo cancelaré. Lo miré a los ojos y le repetí que por favor confiara en mí. Y eso hizo. Intercambiamos números de celular y quedó en llamarme al día siguiente.
Eran las cuatro y diez cuando entré presurosa al salón para la práctica. A nadie le dije nada esa noche. Ni siquiera mi esposo lo supo. Solo mi carro tenía la huella del choque. Fue al día siguiente que vi con detenimiento el daño. Todo el lateral derecho estaba rayado y la puerta delantera tenía una notoria abolladura. En ese momento supe que había sido afortunada. La presentación de mi primer libro había transcurrido sin contratiempos. El salón estuvo repleto de familiares, guerreras, compañeras de toda una vida, mis amigas tertulianas, amigos de grupos literarios y demás invitados. Todo había salido a la perfección, tal como lo había planeado. Sin embargo, un taxista había sufrido la consecuencia de una ardilla acelerada.
Apenas si supe su nombre, pero recuerdo todavía el tono afligido de su voz. No voy a contarles todo lo que aconteció hasta el martes 26 de noviembre en que le cancelé los 60 dólares restantes para completar los 140 de la reparación. Lo que sí quiero decirles es que, a más de un mes de ese día, sé que no actué bien. La responsable del incidente fui yo. Yo fui la imprudente. Pudo haber sido un accidente mayor. Él parecía genuino en su malestar porque su taxi era nuevo, pero aun así confió en mí.
He estado pensando qué habría hecho yo si la situación hubiera sido al revés. ¿Hubiera sido tan condescendiente?
¿Qué aprendí de este evento?
Que no importa lo apurada que pueda estar debo ser responsable de mis actos y que siempre ante una situación incómoda, debo ponerme en el lugar de la otra persona y pensar cómo reaccionaría yo.
También aprendí que hay gente capaz de ponerse en nuestros zapatos cuando más angustiados estamos. Esa tarde lluviosa, ese taxista advirtió mi estado de nervios y me comprendió.
Estos últimos días las meditaciones de los diez minutos con Jesús han girado en torno a la espera y en cómo debemos prepararnos para recibir al Niño Dios en nuestras vidas: tener un corazón alegre, no parar de dar porque es un tiempo para amar y estar en paz. Mientras pensaba en ello volvió a mi mente el incidente del choque. Ese día en que todo parecía perfecto, no lo fue. Pasó algo que solo yo, en ese salón con más de doscientas personas, sabía. Y así mismo es nuestra vida. Podemos proyectar una imagen de perfección, pero internamente tenemos cargas que debemos vaciar para poder estar en paz y que el Niño Dios encuentre posada en nuestras vidas.
luisanadominguez@hotmail.com
Siempre tan caliente hasta para enfrentar algo que pasa muchas veces y podría hasta llamarse cotidiano. Sigue así de valiente!! Mucha salud y fuerza! Luisana.
Tere Dominguez
Gracias Tía Luisana. Me gusta mucho recibir sus mensajes. Feliz Año.