Pasadas las presentaciones de mi nuevo libro, Mariana y la ballena, me tuve que someter a exámenes médicos debido a unos malestares que había estado sintiendo en la cabeza. Había vivido unos días cargados de muchas emociones. Primero el conversatorio por Zoom con el doctor Héctor M. Guzmán del Instituto Smithsonian Panamá y después la presentación en el Hombre de la Mancha de Multiplaza. Las molestias se habían tornado más frecuentes e intensas. Como una especie de pequeños traqueteos muy localizados en los alrededores de la oreja izquierda que a veces se convertían en una punzada de dolor muy fuerte que después de irse me dejaban el área muy sensible.
Llegué muy temprano a la cita para los exámenes y, mientras esperaba que me atendieran, estuve leyendo El ruido del tiempo del escritor británico Julian Barnes. Las primeras páginas me parecieron muy confusas y tuve que retroceder varias veces. Pero al ir avanzado la lectura se tornó más fluida. Pude conseguirlo en físico, lo cual siempre me hace disfrutar más un libro. Tolero leer en digital, pero llega un momento en que tengo que hacer un alto y volver a sentir un libro en mis manos. Y ese día fue perfecto, ya que no dejaban que entrara al área del estudio con ningún aparato electrónico, pero sí con un libro. Así que mientras esperaba a que me canalizaran y después a que me pasaran al área del examen, permanecí leyéndolo.
Estaba muy calmada. La radióloga me dijo que eran pocas las personas que se quedaban tan tranquilas y que incluso a algunas las tenían que sedar para poder hacerles el examen.
Estuve metida en un tubo por noventa minutos, sin poderme mover y con un casco, como los que usan los jugadores de fútbol americano, sosteniéndome la cabeza. Sonaba un ruido muy fuerte, pero como me dieron unos tapones para los oídos y me pusieron unas toallas bien gruesas a los lados de cada oreja, fue algo tolerable. Lo que hice fue mantener los ojos cerrados todo el tiempo y me sumergí en un estado de meditación y oración. Me mantuve serena. Fueron casi dos horas en que, a pesar del ruido y la incomodidad por no poder moverme, pude mantenerme serena.
Pero el día de la cita con el neurólogo para que me explicara el resultado de los exámenes, a medida que avanzaban las horas se fue apoderando de mí el desasosiego. Si bien había rezado el rosario al levantarme y había salido a caminar mientras hacía otro rato de oración escuchando los 10minconJesús, empecé a experimentar un sentimiento de inquietud. Había visto por encima el reporte de radiología y, como no entendí nada, cometí el error de empezar a buscar por Google y eso me generó mayor confusión.
La noche anterior había leído un pasaje en El ruido del tiempo donde el protagonista se encuentra ante el ascensor de su casa esperando a que lo vayan a buscar, ya sea para arrestarlo o, aún peor, para desaparecerlo. Incluso tiene su maleta preparada, esperando su detención noche tras noche. Al décimo día, cansado de su propio miedo, vuelve a dormir con su esposa y vacía su maleta. “Nadie escapa a su destino; y el suyo, por el momento, parecía ser vivir. Vivir y trabajar”, señala el narrador.
Esa situación se asemeja mucho a cómo me sentía ese día. Era como estar al pie de un elevador que podía detenerse en cualquier momento con una noticia que no quería escuchar. En todos los grupos en que estoy de sobrevivientes de cáncer, los exámenes de control representan momentos de incertidumbre y, muchas veces, de temor. El temor a la recurrencia o, peor aún, a la metástasis. Pero las que ya tienen más años sometidas a estas pruebas les dicen a las que recién son diagnosticadas o a las que, como yo, terminamos los tratamientos, que tenemos que aprender, que examinarnos con frecuencia es parte de nuestras vidas. No podemos escapar de esto tal cual dice el protagonista del libro. Nuestro destino es examinarnos mientras tengamos vida.
Ese día tenía que ir al depósito a buscar una caja de libros de Mariana y la ballenapara surtir unos puntos de venta donde se había agotado. Cuando salí de la casa e iba en el carro me puse a llorar. Lloré como tenía tiempo de no hacerlo. Quería calmarme y no podía. Seguía llorando y a la vez me decía: Dios mío, qué me pasa. Confío en ti. Sea lo que sea sabré afrontarlo como hasta ahora lo he hecho. Pero por esos días había tenido noticias de una muñeca valiente que había recaído. Una chica muy joven. Veía su cara ante mí y me decía: lo que sea que tenga lo sabré afrontar como lo ha hecho Ari. En el caso de ella el ascensor se había detenido con una noticia que nadie quiere escuchar: metástasis en la columna.
En ese momento en que las lágrimas no dejaban de rodar por mis mejillas vino a mi mente una jaculatoria que había aprendido recientemente: Señor Jesucristo, hijo de Dios vivo, ten compasión de mí. La repetí varias veces y me fui calmando. Entonces, como nunca antes lo había experimentado, nació en mí el deseo imperioso de ir al Santísimo. Y pensé, pero a cuál, si ahora casi todas las sacristías están cerradas por motivo de la pandemia. Recordé que me habían hablado de una que siempre permanece abierta, pero sentí que a donde quería ir era al templo María Auxiliadora.
Esta iglesia queda al otro extremo de donde vivo. Había ido en alguna ocasión a dar un pésame, pero nunca había asistido a misa hasta que se realizó allí el sepelio de Stellita y, posteriormente, su novenario. Además, en el mes de junio había organizado otra romería a la Virgen en la gruta de dicho templo y fue ese día que el padre a cargo nos había acompañado y enseñado la jaculatoria que fue un bálsamo para mi corazón.
Una vez que recogí la caja de libros me dirigí hasta allá. Estacioné el carro y me percaté de que la puerta estaba cerrada. Cuál no sería mi sorpresa cuando vi que el padre estaba llegando. Me le acerqué, lo saludé y le dije a lo que había ido. Me dijo que estaba cerrado, pero muy amablemente me hizo pasar a su oficina y luego me llevó al Santísimo.
En ese instante pensé en todas las personas, que, como yo, habían necesitado ir a visitar el Santísimo en este tiempo de pandemia y no habían podido hacerlo porque la mayoría de las iglesias están cerradas durante el día. Yo había tenido mucha suerte o pienso que fue realmente una diosidencia lo que pasó. Mi necesidad ese día era tan grande que Dios permitió que pudiera ir a verlo. O como me dijo mi cuñada Myrna al contarle lo que había pasado: Stellita nos va guiando por bellos caminos.
Tuve también ese día una charla corta pero muy profunda con el padre. Me habló de la práctica de la oración de Jesús y me dio unas páginas escaneadas con diversas formas para realizarla. De hecho, la jaculatoria que había repetido ese día era una de las técnicas que se enseñaba. El libro se llama Experiencias de oración profunda de Mariano Ballester.
Al despedirme le obsequié mis dos últimos libros y le dije lo agradecida que estaba por cómo me había acogido.
Ya recuperada la calma, pude visitar cada uno de los puntos de venta que requerían ser surtidos. Además, estaba tranquila para la cita que tendría en la tarde con el neurólogo.
A los pocos minutos de haber llegado, nos informó a Ramiro y a mí que todos los exámenes habían salido bien. Incluso me dijo que en mi cerebro había señales de que era una persona que meditaba mucho. Ramiro hizo muchas bromas con el doctor, diciéndole que cómo era eso posible ya que la ardilla no se quedaba nunca quieta. Y yo le repliqué diciéndole que prueba de ello era que la ardilla se había quedado casi dos horas muy quieta dentro de un tubo, sin hablar ni moverse.
Lo cierto es que en este momento sigue siendo todavía un misterio por resolver el origen de dichas molestias, pero al menos ya sé que no es porque algo internamente esté mal en mi cerebro.
En el camino de regreso a la casa estuve pensando otra vez en El ruido del tiempo y cómo los acontecimientos que nos pasan son como las notas de partituras de una canción que suben, bajan, se detienen o se ondulan. Cada una deja a su paso un ruido, un rastro, que será su distintivo.
Por eso siempre relacionaré estos chasquidos irregulares en mi cabeza con el encuentro que tuve en el templo María Auxiliadora.
Angela Healy
He disfrutado mucho tu relato Y cuánto me alegro que esos exámenes saliste bien.
Esos chasquidos en la cabeza podrían tratarse de estres. ?no te lo dijo el medico?
Polola Niño
Que belleza Tere, y que enseñanza tan grande…..GRACIAS
Angelique de Burgos
Siempre ayuda ir al Santísimo. Divina Misericordia (antigua Las Esclavas) esta abierto de 8-5 todos los días. Me alegro que los exámenes todos bien. A mi a veces me dan esos pinchasos. Usualmente es neuronal y mejora con Vit B-12. Por supuesto que el mejor medico es Papa Dios.
Regina Fuentes
Tere gracias por compartir la cercanía de Dios. Eres una alma muy querida por Dios. Doy gracias a Dios por tu salud y qur nos haced experimentar q El esta siempre siempre junto a sus hijos!!!
María Isabel Arenas
¡Ánimo Tere! Nos encanta leer tus historias. Dios te bendiga 🙏
Maria Eugenia Ballivian
Gracias por compartir tus experiencias con nosotros, la forma como encaras las situaciones que te va presentando la vida es valiente e inspiradora.
Me alegro mucho que todo haya salido bien!!
Ánimo y muchas bendiciones.
Marta M
Querida Tere
Hasta hoy leo el blog y me alegro muchísimo que los exámenes salieran bien.
Tu tienes claro que Dios te quiere mucho, eres una de sus hijas predilectas, te ha dado muchas bendiciones y te las va a seguir dando, porque los buenos, los que se dejan guiar por el señor, nada les pasará.
Bendiciones amiga bella
Alvis Centeno
Querida Tere, admiro mucho tu valentía y tu gran Fe.
He pasado por ese procedimiento, pero no por tan largo tiempo y no es fácil conservar la calma. Dios estuvo contigo en todo momento.
Que bueno saber que todo salió bien. Gracias por ese compartir.
Un abrazo,.
Yariela
Lo mejor de acudir a los pies de JesúsSacramentado, es que no importa si solo descansamos en sus brazos, ÉL reconforta y calma esa tempestad que es normal, cuando ese loco llamado miedo nos corretea.
Bendiciones y no olvide que está esperándonos siempre 💞🙌🙌🙌
Julieta morris
Tere acabando de bajarme del
Avión ayer, me monté en tu patineta para recorrer contigo tu indiscutible experiencia de Dios. Bien dices que en las cosas de Dios no existen las casualidades. Como tampoco es casualidad que la jaculatoria que te enseñó ese sacerdote sea la misma que yo aprendí del relato anónimo del Peregrino Ruso y que repito frecuentemente cuando necesito fuerzas, invocando a «Jesus Hijo de Dios ten misericordia de mį que soy Pecadora.»y Èl nunca me vfalla!!!!