Este es un tema sobre el cual quería escribir hace tiempo.
La historia comienza cuando mi hijo menor, luego de mudarse a su apartamento, comenzó a reciclar. Así, cada vez que nos visitaba nos reclamaba que por qué nosotros no lo hacíamos en casa. Les confieso que sentía que el mundo se me venía encima solo de pensar en el engorro de tener que agrupar el material según el tipo y toda la logística que implica reciclar, sin siquiera haberlo intentado. Me decía que no podía hacerlo. Cosa extraña ya que por lo general es muy raro que le diga que no a un reto.
Así pasaron varios años. Ocasionalmente llevaba algún material a puntos de recogida, pero no era nada que hubiera organizado en casa. Además, cuando mencionaba el tema también recibía rechazo, para qué nos íbamos a complicar… y eso reforzaba a la vez mi negación. Pero cada vez veía a más personas a mi alrededor que comenzaban a organizarse para reciclar en sus casas.
Llegó entonces el momento en que se aprobó en Panamá la ley que prohibía el uso de las bolsas de plástico, incluso para cubrir la ropa en las lavanderías. Esta medida ya tocaba al cliente, que tuvo que acostumbrase a salir de casa con sus bolsas para las compras. Cada cual se fue organizando a su manera. Así como a muchos, a mí me costó acostumbrarme a esta nueva normalidad.
En muchos negocios, las bolsas de plástico fueron reemplazadas por bolsas fabricadas de productos vegetales, como fécula de papa o el almidón de maíz, las cuales se descomponen rápido sin causar daño al medioambiente. Y, además, algunos negocios implementaron sus propias bolsas de tela para la venta a los clientes que no llevaran las suyas. Por mi parte, fui creando mi colección de bolsas de diversos tamaños y colores.
Poco a poco, todo el mundo se fue habituando a la nueva situación que al final nos beneficiaba a todos, ya que Panamá aportaba su granito de arena en la conservación de nuestro planeta, liberándolo del daño que le hace el plástico al ecosistema.
En paralelo, la asociación de nuestra barriada comenzó a organizarse para reciclar. La primera vez que recibí la comunicación no le hice caso. Pensé: esto no es conmigo, pero a la vez me sentía culpable por no participar. Incluso se empezaron a organizar ferias de reciclaje en el parque para enseñar a los vecinos a hacerlo apropiadamente. Era tal el entusiasmo que un día asistí a una de estas ferias. Se respiraba una felicidad contagiosa. Luego abordé a una de mis vecinas y le pedí que me dijera cómo se organizaba en su casa. Me explicó en detalle y me dijo que no era para nada complicado.
Estuve varios días pensando qué iba a hacer. Finalmente me dije: vamos a reciclar en la casa. Cuando lo expresé en voz alta enseguida la respuesta fue un no rotundo y eso permeaba al personal de apoyo que no quería tampoco participar.
Nuevamente, el discurso era que cómo nos íbamos a complicar… Pero les dije, vamos a reciclar y comencé a organizar la casa.
Puse en cada baño un recipiente y les dije: aquí se va a poner todo lo que sea cartón, papel, plástico o vidrio. Y en la cocina incluí un recipiente que era solo para lo seco. Los empaques de cartón de leche, botellas de vidrio o plástico los enjuagaba y los ponía a secar en un espacio al lado del fregadero.
A mí me fue entrando una felicidad total. Era como si hubiera dado un paso gigante en mi crecimiento personal. Me preguntaba que por qué no lo había hecho antes. Sentía que finalmente hacía algo por mi planeta, que es la casa de todos.
Mi entusiasmo fue contagiando a todos en la casa. Al principio mi esposo dejaba las cosas en el sobre del baño. Me decía que no sabía qué hacer con ellas. Yo no le decía nada, las cogía y las ponía en el lugar designado. Pero poco a poco él mismo comenzó a hacerlo.
Y, ¿qué siguió después?
Cuando íbamos al interior no podía botar todo mezclado en la basura. Tenía que reciclar y me traía el material para la ciudad. No importaba los días que estuviéramos, traía todo lo que era para reciclaje. Y nuevamente hubo rechazo.
¿Cómo se me ocurría meter basura en el carro? Yo respondía que eso no era basura.
¿Para qué perder tiempo un fin de semana haciendo eso? Yo respondía que eso no era una pérdida de tiempo, sino que disfrutaba hacerlo.
Le dije a mi esposo que dejara lo que usaba en el sobre del fregadero, que yo me iba a ocupar de enjuagarlo y ponerlo a secar.
Así fue como poco a poco se fue minando el rechazo al verme a mí tranquila, sin quejarme, disfrutando hacerlo y organizando todo para lograrlo.
Nuevamente, él dejaba las botellas, latas y recipientes en el sobre de la cocina y yo me encargaba de organizarlo. Hasta que llegó un día en que él mismo procedió a enjuagar las botellas y las latas. Si no lo hacía bien, yo no le decía nada. Con que tratara era suficiente.
Ahora puedo decir que la cultura del reciclaje ha llegado a nuestra vida para quedarse.
Tenemos mucha suerte de que en nuestra barriada se organizaran para recoger el material cada dos semanas. Actualmente lo hace la Junta Comunal.
Debemos estar siempre abiertos al cambio. En lo que respecta al reciclaje, si bien en Panamá nos queda mucho por hacer, lo cierto es que si cada uno pone su granito de arena estaremos dándole un respiro a nuestro planeta. Cada vez hay más lugares a donde se puede llevar el material. Además, si lo hacemos con entusiasmo podremos contagiar a otros para que se animen a intentarlo. Así como me pasó a mí: ver a mis vecinos entusiasmados y organizados fue lo que hizo que el reciclaje reciclara mi vida.
Espero que mi experiencia pueda ayudar a otros a dar el primer paso y comenzar así a reciclar.
Carmina de Moreno
Yo reciclo de todo hace años‼️‼️
Baterías
Plástico
Tetrapak
Botellas de amor
Latas
Vidrio
Aceite de cocina usado
Etc