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Martes 19 de noviembre de 2019 en el Club Unión de Panamá.

Conocí a Tere Domínguez en un taller literario que dicté hace un par de años aquí en Panamá. La recuerdo concentrada, tomando apuntes en una libreta y, cuando la apremiaba alguna duda, levantando la mano y preguntando con curiosidad.

Esa es la primera imagen que tengo de Tere: una persona que escucha y pregunta. Atributos de quien vive el mundo como un estimulante aprendizaje.

 Luego de que terminara el taller, Tere me confesó su deseo de ser escritora. Yo, por supuesto, la animé en ese propósito lleno de emocionantes desafíos y no pocas satisfacciones. Ella pronto empezaría a escribir los primeros capítulos de una novela, a inscribirse en otros talleres literarios, a continuar leyendo en solitario o en grupos de lectura, a componer otros relatos… Todo parecía encaminarse hacia ese objetivo largamente esperado, cuando, de improviso, la enfermedad se atravesó en el camino de su escritura.

En las primeras páginas de este libro, Tere recibe el diagnóstico de un médico y oye las palabras cáncer de ovario. Tere escucha y luego pregunta si lo que acaba de oír es cierto. Cuando se lo confirman, llega el quiebre, la mano en alto pidiendo pausa y silencio, y también concurren los recuerdos de quienes en su familia padecieron una experiencia similar. El poderoso miedo ante la enfermedad ocupa esas primeras horas, esas primeras páginas, y cuando todo parece indicar el desmoronamiento, Tere, como quien se levanta con pie firme en medio de un terremoto, elige luchar contra lo que tiene por delante: meses de quimioterapia que le darán un vuelco a su vida.

Emil Cioran, no sin ironía, solía desconfiar de las personas saludables. No hay en ellas, agregaba, «la experiencia de lo terrible que es la única que les confiere un cierto espesor a nuestros actos; y tampoco poseen la imaginación de la desgracia sin la cual nadie podría comunicarse con esos seres separados que son los enfermos». A diferencia del pensador rumano, yo no desconfío de los saludables. Además, visto de cerca, ¿quién está del todo sano? Vivimos en un cuerpo perentorio, el cual, con más frecuencia de la que deseamos, nos avisa, no siempre de modo sutil, que no es una máquina infalible. Y, sin embargo, vivimos una época que pareciera negar esa realidad, empeñada en hacer de la salud una utopía, y en ver al enfermo como un pecado dentro de ese culto fanático de lo saludable, cuando en realidad estar enfermo es lo más normal del mundo, y aun de esa experiencia es posible aprovechar más de un aprendizaje que le otorgue densidad y lucidez a nuestra existencia. 

Tampoco se trata de ensalzar las enfermedades que nos agobian: lo deseable es estar sano y hacia ello aspiramos la mayoría de nosotros. Pero también es cierto que una enfermedad severa nos confronta con situaciones extremas, temores profundos, limitaciones imprevistas y, al mismo tiempo, puede avivar la conciencia de nuestra fragilidad corporal, de nuestra finitud y de nuestro papel en el mundo. Esa conciencia de nuestra fugacidad que a veces olvidamos cuando el cuerpo marcha sin contratiempos.

No toda lección tiene que pasar por la experiencia del dolor, pero todo dolor puede ser una lección imborrable si estamos dispuestos a aprender. Este libro es el testimonio de una difícil lección que comprende el coraje, la resistencia, la disciplina y la generosidad. Y todo surge allí, en ese primer temblor de Tere, en esas manos que sostienen el papel de las malas noticias aquel día en el hospital de Houston. Tere pudo haberse negado al tratamiento, paralizarse o despeñarse por el acantilado de la frustración. Pero ocurrió lo contrario: demostró en ese instante que no solo es alguien que sabe atender y preguntar. También sabe responder: con su mente, con su cuerpo, pero sobre todo con ese corazón a prueba de adversidades que la ha llevado a reunir en un mismo libro un doble compromiso: su combate contra el cáncer y su sueño de ser escritora.

Tere estaba clara: ni su vida ni su escritura iban a doblegarse ante ese padecimiento, que, por fortuna, sus médicos supieron detectar en una fase temprana. Ella supo darle la vuelta a las malas noticias, y convirtió los obstáculos en posibilidades. Lo que en un primer momento parecía haber llegado a interrumpir el impulso de su escritura, fue más bien el estímulo para materializarla. Tere hizo de la lucha contra la enfermedad el tema de su libro: un testimonio de valentía, un anecdotario cotidiano, un relato íntimo, honesto, pleno de entereza. De esa manera transformó la amenaza crónica en una crónica sobre la amenaza. El resultado es un libro que celebra tanto la vida como las palabras.

Tuve la oportunidad de acompañar a Tere en todo el proceso de escritura de este libro. Cuando hace unos meses me contó que tenía pensado escribir un artículo sobre su experiencia con el tratamiento anticancerígeno, le sugerí que considerara extender ese artículo a una crónica de largo aliento, acaso un libro, pero luego no insistí más. Y no lo hice porque entré en conciencia de la tarea física y emocional que implica escribir un libro, sobre todo bajo el tratamiento médico al que se iba a someter Tere.

Y, sin embargo, durante todos estos meses de trabajo, Tere no solo asumió el reto, sino que no dejó de escribir, de llevar el registro minucioso de los efectos que la quimio hacía en su cuerpo y en su mente. Y, por si fuera poco, continuaba leyendo, compartía con sus familiares y amigos, se reencontraba con su lado más espiritual, salía de compras, escribía cuentos, grababa videos, daba entrevistas a los medios, mantenía activo un grupo de Whatsapp, ideaba la imagen gráfica del libro, visitaba imprentas y hasta fue modelo de aretes y pañoletas en beneficio de Fundacáncer.

Al comprobar con asombro su desempeño y entrega no me quedaron dudas de por qué su esposo Ramiro la llama Ardilla. Es así: Tere es una ardilla laboriosa y creativa cuya gracia viene acompañada de un afán de perfeccionismo. Ella pertenece a la familia de los cronopios imaginados por Julio Cortázar, esos seres ingeniosos, tiernos y lúdicos, con los cuales Tere se identifica en más de un sentido.

Admito que ha sido una de las vivencias más enriquecedoras que he tenido como editor. Nunca había visto a un autor con tal vitalidad y capacidad de disciplina, tanto para escribir como para curarse. Ni aun en los momentos en que la quimio la dejaba, como ella dice, down, Tere bajó la guardia o se desanimó. Estoy convencido de que no solo fueron las medicinas, los ejercicios y la dieta lo que mejoró la salud de Tere: la escritura también hizo lo suyo. Lo que ha hecho Tere es admirable: su primer libro nace con el grito de los que combaten por la vida, y hacen de ese combate un testimonio que puede servir de ejemplo a los demás.

Porque ese es otro de los atributos de Tere: su necesidad de dar y darse a los demás: de abrir, como dice el título de su libro, las puertas de su experiencia. Como ella misma señala, su deseo es que estas páginas puedan «servir de ayuda, estímulo o reflexión para aquellas personas que deseen hacerse un examen preventivo contra el cáncer de ovario, o estén pasando por algún tipo de tratamiento para combatirlo».

Porque a diferencia de aquel personaje del cuento de Kafka, “Ante la ley”, el cual permanece impasible ante la puerta que podía haberlo conducido a la verdad o a la esperanza, Tere asumió que cada ciclo de este tratamiento era una puerta de conocimiento que se abría para ella. Y ella no dudó en entrar en cada uno de esos portales. Su generosidad ha permitido que a partir de hoy esas puertas se abran también para quien desee adentrarse en esa «habitación propia» de una escritora que, aferrada a su fe, a su familia, a sus amigos, a sus lecturas y a su escritura, nos ofrece un primer libro lleno de vida y de futuro.    

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